¿Quién se dedica a eso que se ha dado en llamar botellón?
Caminando por la calle, entre esas angosturas eternas e interminables de cemento en las que habéis decidido vivir, me adentro con mi forma humana en un lugar de esos que llamáis comercio. Al punto de entrar me sorprendieron dos cosas. La primera fue que la puerta… ¡se abría sola! ¿Brujería? No me lo podía de creer. Dos vidrios enormes que se apartaron a mi paso. Increíble o no, cierto. Casi me añurgo. El caso es que cuando quise entrar, se cerraron. Otra vez que me quedé a cuadros.
Una vez recuperado de la impresión, o casi, me abordó una muchacha humana joven, muy guapetona y pizpireta ella, y con un salero digno de admirar me pidió que la sacara del comercio unas cuantas cosas. Me lo pidió porfi, mientras me guiñaba un ojo, y no me pude negar.
Puso en mi mano dos papeles: una nota con lo que quería y un billete de cincuenta aurelios. Me dio las gracias por anticipado y se reunió con su cuadrilla de amigos, todos sentados y mirándome, casi suplicándome que la hiciera aquel recado a la joven que, deduje yo solito, era un recado para tod@s ell@s.
Sin darme tiempo a reaccionar, las mágicas puertas se cerraron tras de mí, y me vi dentro mirándome la mano. Debí de poner una cara de tonto que pa qué, porque una cajera sonreía sin decirme nada, a la par que me lanzaba tres o cuatro miraditas de esas de…
- Me he dado cuenta de todoooo… ji, ji, ji, ji…
Cogí con la mano libre un cesto de plástico con ruedas y una especie de manillar, y me dispuse a adentrarme en el comercio. Paseando por los pasillos del mismo, tuve que sortear a varias humanas de cierta edad ya, que parecían más preocupadas en entablar conversación entre ellas que en dejarme pasar.
Cogí la nota que me había entregado la muchacha y, como un autómata, recorrí la sección de vinos y licores varios, y baratos, hasta acabar con la lista. Tuve que pasar también por la sección de refrescos: en la nota había varios de cola y sabor a limón.
Mientras llenaba el cesto de plástico con ruedas, hacía mentalmente la cuenta de las bebidas que iba cambiando de sitio, y me di cuenta de que habían sido cuidadosos los chavales al milímetro: sobraban seis céntimos de aurelio. ¡Qué linces!
En la cola para abonar la compra volví a encontrarme de nuevo con las humanas de cierta edad ya, con dos de ellas a las que parecía que las habían dado cuerda, y constaté que debía de hacer mucho, muchísimo tiempo, que no se veían, porque parloteaban como si no hubiese un mañana. Una de ellas incluso discutía con un muchacho a cuenta del sitio en la cola.
Sospeché que, entre ambas señoras, no habían dejado de hablar desde que coincidieron dentro, sospechas estas confirmadas cuando un humano las dijo a ambas:
- Podéis respirá un poco… ¿eh? Que no habís callao desde que habís entrao…
A lo que siguió otro comentario de otro hombre que se conoce estaba con el primero, y que me dejó consternado:
- Déjalas… que solo las falta que meen a la vez… ¿tanto tenéis que contaros la una a la otra? ¡Si habís estao esta mañana juntas…!
En fin, que… experiencias curiosas y reales a parte… tras esperar a que las mencionadas señoras pagasen sus respectivas cuentas (en realidad lo hicieron ellos, con lo que deduje que eran sendos matrimonios), y tras despedirse de la cajera y preguntarla por lo que supuse como todos los miembros de su familia, e incluso algún conocido…
…unos quince minutos después de ocupar mi lugar en la cola, pagué y salí a la calle. Tuve suerte: no me tocó la cajera que se rió de mí cuando entré. Allí, las susodichas señoras, junto a uno de sus maridos, estaban todavía cortando trajes a alguien. Me dieron hasta ganas de darlas un poco de agua. ¡Vaya par de ametralladoras!
Una vez en la calle, la muchacha que me pidió que la hiciese los recados me dio las gracias de nuevo, mientras sus amigos casi me arrebataban la bebida de las manos a la par que agradecían, a su modo, alguno en lugar de mirarme a mí seguía mirando el móvil, que les hubiese echado un cable. Se fueron todos de allí más contentos que unas castañuelas. Me quedé mirándoles con cara de haber hecho la buena obra del día… hasta que un trueno me devolvió a la realidad:
- ¡Habrá se visto! ¡Qué poca vergüenza! ¡Sacar la bebida a esos niños para que se vayan a emborrachar por ahí… o a hacer vete tú a saber el qué!
- ¡Qué desfachatez! ¡Estos chavales siempre pensando en lo mismo! ¡Beber por beber!—dijo la otra.
El marido de una de ellas, el que estaba en la calle, los miraba mientras sonreía para sí, recordando, tal vez, que, años atrás, aunque de otra manera, él había hecho lo mismo. La sonrisa se le cortó de cuajo cuando se cruzó con la de la segunda señora, sin duda, su mujer.
En apenas tres o cuatro segundos, pasaron por mi cabeza muchas cosas. Intentaré resumirlas:
Es cierto. Había sacado a unos muchachos jóvenes, calculé que tendrían dieciséis o diecisiete años, unas cuantas bebidas a la calle. Me lo pidieron a mí, como se lo hubiesen podido pedir a otro cualquiera porque, evidentemente, ninguno sobrepasaba los dieciocho años. Una vez las bebidas en su poder, seguro que se acomodarían en un parque, a la orilla del río, en la lonja del padre de alguno de ellos, en un descampado o en el soportal de algún edificio… y darían buena cuenta de las botellas. Antes, durante y después, de la fiesta que les esperaba, se entonarían contándose sus cosas los unos a los otros mientras las litronas pasaban de mano en mano, se reirían, e incluso alguno de ellos, o de ellas, envalentonados por el alcohol ingerido, podrían atreverse a decirle algo al miembro del grupo que les gustaba más que los demás.
Para poder darse el gustazo de tener esa fiesta entre ellos, tuvieron que “tirar” de imaginación y pedirle a alguien al que no le pusiesen pegas, que les comprase la bebida. Normal. Si no hubiese sido así, si tienen que beber algo con sus amigos en algún bar, tasca, taberna, garito, “paf”, “discoteque”… o como sea el nombre que se puede llegar a dar a un lugar donde la gente se relaciona y se vende alcohol (creo que ningún nombre define mejor esos lugares, que cantina), en la primera ronda les hubieran “trasquilado” los cincuenta aurelios. Y luego, a mirar a la luna de Valencia.
Vosotros, los humanos, os guste o no, os habéis destetado desde la antigüedad con vino. Por supuesto, no incluyo aquí a todos, pero sí a una inmensa mayoría. Y cuando crecéis, la cultura del alcohol está tan arraigada entre vosotros, que señalar como pecaminosa la actitud de unos chavales que quieren echar un trago, y que por cómo está ahora vuestra hipócrita sociedad, no pueden hacerlo en un bar por los abusivos precios de la bebida…, algo por lo que deberíais de dar las gracias al gobierno, me parece una actitud por vuestra parte muy embustera y falsa. Bebéis desde siempre.
¿Creéis que, si pudiesen permitírselo, no cambiarían un banco del parque por un local donde puedan escuchar la música que les gusta? Por supuesto que sí. Lo harían, pero no pueden. Lo que sí que podrían hacer, es ser un poco más respetuosos con los sitios donde beben sus litros y no dejarlo todo hecho una puta pocilga, y tratar de ser respetuosos también con los vecinos a los que pueden llegar a molestar.
Pero si son cuidadosos y limpios, me parece estupendo que beban un poco para divertirse, o evadirse, y que lo hagan de la única manera que se pueden permitir: comprando, o mandando comprar, esas bebidas en un comercio, para que los aurelios den un poco más de sí. Todo, con la única finalidad de poder pasárselo bien entre ellos.
Es posible que más de un humano que lea esta entrada me tache de irresponsable y ciego ante la realidad. Los que lo hagan, que sepan que desde aquí, desde la bitakora, para el Basajaun sois unos hipócritas. De cabo a rabo. Y os invito a que conozcáis el final de la historia…
Atolondrado ante lo ofuscadas que estaban conmigo esas dos señoras, el marido de una de ellas, que todavía se encontraba dentro del comercio, salió a la calle con una bolsa:
- Traigo el coñac, el orujo, el vino y el anisete… vengo en un rato a por las cervezas para meterlas en el maletero. ¡Ah! Me ha dicho la chica que mañana, si queremos, llega la mistela… que se les ha acabao ayer y el camión no pasa por aquí hasta mañana por la mañana… ¿me oyes…? ¿te pasa algo…?
La señora, mientras su marido hablaba, pasaba de fulminarme con la mirada a ser capaz de haberse metido por debajo de una puerta. Mientras el marido la cogía del brazo y la llevaba despacio por la calle, le oí decirla…:
- Anda, vamos… ¿otra bajada de tensión? En cuanto lleguemos a casa te pongo un sol y sombra… verás cómo te entonas, mujer…
Y es que, humanos míos, tal vez el que mejor supo retratar la realidad de cualquier sociedad en cualquier época…
…fue un señor conocido como Don Diego de Silva y Velázquez.
PD: no sé a vosotros, pero cada vez que veo un cuadro de este puto genio, me se caen los cojones al suelo. En este veo a varios humanos conocidos míos…
Os dejo, me voy a tomar un par de txakolís con ellos…
Imágenes obtenidas de recreoviral.com, minutouno.com, efeagro.com, vistoenlasredes.com, elperiodico.com, lasprovincias.es, weloversize.com y prensahispanaaz.com.
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