El perfume, historia de un asesino.

El perfume, historia de un asesino.

Nueva opinión de este que escribe, dentro de Libro Vs película, sobre una historia fabulosa: El perfume, historia de un asesino.

Entremos en materia…

Paseando por callejuelas adoquinadas, entre los puestecitos de un rastrillo… uno de esos que proliferan durante el asueto estival en muchos pueblos… me quedé asombrado de la cantidad de cosas que vosotros, los humanos, sois capaces de llegar a vender. De lo que llegáis a ofrecer por unas pocas monedas.

Había muchos humanos desperdigados, admirando todos y cada uno de los puestos. Los más concurridos, aquellos que ofrecían cosas realmente bonitas. Antiguas planchas para la ropa (de esas que se calientan cerca de la hornacha o en la bilbaína para dejar después la ropa sin arrugas)… teléfonos digitales (de esos en los que los dígitos se encuentran dentro de una ruleta de plástico que hay que girar con el dedo para marcar un número concreto, y no esos que hay ahora, los teléfonos de arrastrar con la yema del dedo)… lámparas que alumbraban sin corriente eléctrica (con pequeños capuchones para colocar velas que luego hay que encender, otras que necesitan de combustible —aceite— para poder funcionar…)… monedas antiguas… herramientas de labranza sin cable (de las que funcionan con motor de alubias)…

Los humanos que me rodeaban admiraban todo como si se les hubiese transportado en el tiempo. Muchos, sin saber siquiera para qué servían la mayoría de aquellos chismes.

Hacía calor. El sol parecía haberse parado en el cielo, y decidí acercarme a unos pequeños soportales. Soportales que se encontraban en un lateral de la plaza donde se hacía el rastrillo. Maravillado, observé unos pequeños puestecitos que vendían libros usados. Dos puestecitos poco visitados. Tampoco me extrañó mucho. Si hay algo que sobra en demasía… y que hace que me enerve… es la cantidad de ignorantes que hay por metro cuadrado en muchos lugares.

En un par de mesas, o por el suelo, se amontonaban docenas de libros. Docenas de maravillas. Los dos puestos en cuestión, ocuparían no más de cinco o seis metros de largo. Poco espacio, que a mí me llevó recorrer casi dos horas.

Absorto, comprobé que el precio de aquellas maravillas se adecuaba al rastrillo en cuestión. Tras esas dos horas me marché más contento que un niño con zapatos nuevos. Entre los dos puestos, aboné la irrisoria cifra de quince aurelios. Quince aurelios a cambio de una bolsa llena de libros. Una bolsa llena de historias.

No me lo acababa de creer: Cuentos (Edgar Allan Poe)… El cantar del mío Cid (una edición comentada que formaba parte de la publicidad de una caja de ahorros hace años)… Novelas ejemplares (Miguel de Cervantes y Saavedra)… por citar solo alguno de los títulos con los que me hice.

Como curiosidad, os diré que, dentro de las Novelas ejemplares (Rinconete y Cortadillo), se hace mención…

…a la Garduña.

Yo ya sabía de esto. Sabía de sobra que muchos humanos ya habían escrito antes sobre la Garduña. Y que yo, el Basajaun, no iba a hacer el primer trabajo medianamente serio sobre esta sociedad secreta española…

…que tan concienzudamente expuse en Aequitas Cultus.

Uno de los libros que tenían allí expuestos, bastante ajado y maltrecho, me fue arrebatado de las manos casi sin darme cuenta: Drácula, de Bram Stoker. Mientras miraba agachado unos títulos en una esquina, vino un tipo que se lo llevó apenas lo vio allí expuesto. Me dio un poco de pena, pero, a la vez, me alegré: pensé que no todo está perdido. Que todavía hay gente capaz de abstraerse de todo con un buen libro. Que no todo es jurgol. Y que no era el único «raro» mirando libros en aquellos dos puestecitos del rastrillo.

Del resto de títulos con los que me hice no comentaré nada, de momento, porque alguno de ellos formará parte de esta serie de entradas (Libro Vs película) que comparan un libro con la película basada en ese libro. Claro está que la excepción confirma la regla, y hoy comentaré aquí, en esta entrada de la bitakora, uno de los títulos que aquella calurosa tarde acabaron en mí poder: El perfume, historia de un asesino (Patrick Süskind).

Del mismo modo que me pasó con “El nombre de la rosa”, antes de leer “El perfume” ya había visto la película. Un film que me pareció descarnado, crudo, visceral, sucio, cruel… a la par que, aunque pueda sonar contradictorio, delicado, maravilloso, etéreo y sublime a la vez. Como ejemplo de lo que os digo, comentaré aquí alguna de las escenas de la película. Pero antes… mira esto para que vayas entrando un poco en situación…

Una de las escenas más angustiosas que he visto jamás en la gran pantalla, si no la que más, es una que aparece en este film al poco de comenzar la historia. Y no me refiero al nacimiento del protagonista (escena sucia y asquerosa que nos muestra de una forma descarnada y pestilente el París de medio siglo antes de la Revolución francesa), si no a algo que sucede poco después…

…el momento en el que los niños del orfanato sienten tanto miedo y nerviosismo por la presencia entre ellos del protagonista (Jean-Baptiste Grenouille) que, aun siendo un bebé recién nacido, deciden matarlo. Una de esas escenas que no se olvidan. Una de esas escenas que son capaces de hacer que uno se remueva inquieto. Y muy a disgusto en su sillón mientras la ve. Si la base y el fundamento de hacer una película… no voy a comentar aquí el afán recaudatorio… es procurar a aquel que la vea algún tipo de sensación (buena o mala), desde luego, Tom Tykwer, el director, lo consigue. ¡Qué angustia, por favor!

Otra de las escenas que me encantaron tiene que ver con la aparición de la joven pelirroja que vende ciruelas por las calles de París. Bueno, más bien, con el momento en el que esta chica muere, de forma accidental (Jean-Baptiste no quiere matarla).

Una vez muerta, la desnuda y trata de absorber su olor, casi hasta con desesperación. Le arranca la ropa y husmea por todos los rincones de su cuerpo, hasta que este se desvanece. Obnubilado y desarmado cuando huele por primera vez en su vida a una mujer (joven, hermosa y virgen) y desesperado por no haber podido mantener su olor, Jean-Baptiste, conforme la historia avanza, trazará un plan en su cabeza que le llevará a acometer unos terribles asesinatos hasta lograr el fin perseguido: el perfume perfecto.

La casualidad lleva al protagonista a encontrarse con un perfumista bastante mediocre de París. Alguien que tuvo mucho éxito en el pasado. Y le convence para que le enseñe la forma de hacer que una esencia perdure. La manera de poder preservar una fragancia.

Parte de lo que este perfumista le enseña (un Dustin Hoffman a años luz de su mejor interpretación, y que considero que no hace la justicia que se merece al Giuseppe Baldini de la novela de Patrick Süskind, si bien es cierto que la novela se centra más en la historia que en los personajes), tiene que ver con unas creencias ancestrales.

Baldini, afirma que el perfume perfecto está compuesto de doce esencias sublimes, divididas estas en tres acordes, que a su vez están formadas por grupos de cuatro fragancias (las cuatro primeras conforman la cabeza, la primera impresión; las siguientes el corazón del perfume; las cuatro últimas, el fondo, que es el que perdura días). Pero le explica también que, según esas enseñanzas ancestrales, existe una decimotercera esencia que los eruditos afirmaban que se debe de unir a estas doce, que es la que lo envuelve todo y eleva el perfume a la perfección más absoluta.

Cuando Jean-Baptiste se marcha de París llega a su afilado olfato la esencia de una muchacha joven, algo maravilloso, que eleva sus sentidos hasta los cielos. Decide que creará su perfume perfecto en base a doce esencias embriagadoras. Esencias estas, basadas en los olores de doce muchachas jóvenes y virginales. Redondeará el resultado con la decimotercera fragancia: la de aquella chica. El hecho de los posteriores asesinatos que acomete, para él, no es más que un medio para lograr su fin. Solo eso. Asistimos, incrédulos, a cómo quiere crear su perfume perfecto sin tener por ello que matar a nadie… pero las cosas no salen como él había previsto. Esto, en el film, porque en el libro… la verdad sea dicha… sabe perfectamente lo que hace: es frío, calculador, implacable; un despiadado psicópata.

Lo más inquietante que consiguió Patrick Süskind al escribir El perfume, no fue la propia historia en sí. Lo más inquietante de todo, algo que también está logrado en el film, es contemplar cómo, a medida que la historia avanza… el lector quiere que los asesinatos continúen. Que Jean-Baptiste siga matando muchachas jóvenes. ¿Por qué? Pues la historia envuelve tanto al lector, tanto… que lo único que deseas es ver el resultado de la obsesión del protagonista: crear el perfume perfecto.

Horrible o no, cierto.

No acabas adorando a Jean-Baptiste. No puedes, porque se ha convertido en un implacable asesino. A pesar de que se nos muestre en la novela como un ser más parecido a Quasimodo que otra cosa (cojo, jorobado, bastante feo… ¿no os recuerda al jorobado del Valle del Salcedón que aparece en la leyenda del palacio de las Brujas de Güeñes…?)

Le acompaña durante toda la historia una especie de aura maléfica y terrorífica. Un algo, que hace que todo aquel con el que ha tenido cierta relación a lo largo de su vida, seres grotescos y que han sido crueles con él, mueran en extrañas circunstancias. Pero sí que se siente empatía por él. Mucha. Sobre todo al final de la historia, como toda historia que se precie. Como toda historia sublime.

Para acabar, tampoco hoy haré una reseña al uso de “El perfume”. Creo que, al igual que con la entrada “El nombre de la rosa”, ha quedado bastante claro que me encantaron tanto el libro como la película. Por lo tanto, y para no caer en el pecado de no ser imparcial, terminaré esta entrada de la misma forma que acabé la anterior, dentro de esta serie Libro Vs película.

“El perfume” ha vendido 153 millones de ejemplares desde su publicación en 1985.

153 millones de personas no pueden estar equivocadas: por favor, lee el libro.

Hay algo en toda esta historia. Una opinión personal que me sacudió cuando acabé la novela. Algo que me hizo pensar, muy mucho, cuando terminé de ver la película por primera vez:

¿Es, tal vez, la última escena de la película… esa última gota… lo que convirtió a París en la ciudad del amor?

Ahí lo dejo.

PD: como dato curioso…

…os diré que, por culpa de esta historia, en mi primera novela, Aequitas Cultus

… hay un personaje que se llama Jean-Baptiste. Mi pequeño homenaje a esta puta obra maestra.

 

Imágenes obtenidas de dailymotion.com, enlafil-a.blogspot.com, blogs.20minutos.es, 1Parfumes.Orgcasadellibro.comsemana.com y cosmopolitantv.es.

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