En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad.
Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que son acreedores.
Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones.
Respetaré el secreto de quien haya confiado en mí.
Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis hermanos.
Tendré absoluto respeto por la vida humana.
Aun bajo amenazas, no admitiré utilizar mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad.
Hago estas promesas solemnemente, libremente, por mi honor.
El texto de más arriba, es uno de los que se utilizan como juramento hipocrático. El juramento que se supone que hace un médico cuando, ya con la carrera acabada, va a comenzar a desempeñar su labor.
No me consta que todos los médicos lo juren, tampoco me parece que estén obligados a ello, y el propio texto en sí no es más que uno de los que se utilizan. Por ello, es posible que algún médico que lea esta entrada de la bitakora, considere que este no es el texto real, o el que él mismo utilizó (siempre que lo jurase en su momento, claro está).
Bajo mi modo de ver, este texto no es más que una idea romántica de ver la medicina, o de enfrentarse a la ardua tarea de conservar la vida por parte de aquellos que tengan terminados los estudios para tal menester. Un hombre, cuando decide aprender medicina, ya sabe que tiene que comportarse como demanda este romántico juramento. Y seguro que muchos, terminados sus estudios, no dudan de jurarlo ante sus colegas y profesores como una muestra de que quieren dejar constancia, de manera romántica, pero no por ello menos loable, del que será su deber el resto de su vida. Dejan así constancia pública de su deber, y su honor.
Lo triste de todo esto es que, se haya jurado o no, algunos médicos no se comportan como se supone que deben hacerlo. Y esto, es algo que ya viene de atrás.
Cuando, hace cientos de años (solo es un ejemplo), la peste se cebó con Europa, muchos médicos desatendieron su deber con la única intención de salvar la vida (este tipo de actuaciones ya las comenté en Cultus). No seré yo quien valore esto ahora como falto de ética y/o moral, pues la verdad es que la posibilidad de perecer por la peste en aquella época, era tremenda. Era entonces la medicina una práctica enfrentada casi de continuo con la Iglesia y sus ideas, y muchos médicos tuvieron que luchar a diario contra las creencias que aseguraban que rezar un padrenuestro era más eficaz que lavarse las manos. Increíble o no, cierto. Cierto y contrastado. Me refiero a que estaban enfrentados, no a que esté contrastado que rezar calme la enfermedad.
Siglos después de estos hechos, las cosas habían cambiado. La medicina ya se empezó a considerar como algo que realmente ayudaba a luchar contra la enfermedad, y se creyó cada vez más, que las ideas de la Iglesia poco podían hacer en los cuerpos de los hombres. Lo de si ayudaban estas ideas o no a sus almas, lo dejo a vuestra interpretación. Pero hubo algo que ocurrió en España a mediados del siglo XX que no debería de quedar en el olvido. Y por eso escribo esta entrada.
Durante los años de la guerra civil española, y los posteriores años del Régimen, en España se unieron esos dos tipos de ideas: la Iglesia y las artes curativas de los médicos. Y cuando algún rojo fue hecho prisionero tras caer herido, o se les detectaba alguna enfermedad en las cárceles, lo que se les comunicaba era lo siguiente:
Si admitían a Dios, y abandonaban sus revolucionarias ideas, serían tratados por los médicos. Si no… pues eso.
Imagen obtenida del blog citizenplof.blogspot.com
¿Qué? ¿Cómo se os queda el cuerpo?
Pues hay más…
Estas actuaciones no solo se prodigaron por parte de los Nacionales de dentro del ejército, sino que también las promovieron los médicos: si un preso estaba enfermo, y era republicano, antes de tratarlo le obligaban a admitir a Dios y renunciar a sus anteriores ideas.
Para que luego digan que la Iglesia y la medicina han estado siempre enfrentadas.
A todos estos médicos que actuaron así por miedo a que les ocurriese algo (como a sus colegas de cientos de años atrás con la peste), no les voy a dedicar las últimas líneas de esta entrada.
A los demás que actuaron así, y sin miedo de por medio, hubiesen hecho o no el juramento hipocrático, sí que se las voy a dedicar. Unas líneas que faltaban en el juramento hipocrático con el que he abierto esta entrada, y que he reservado para este momento:
No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase.
Allá cada uno con su conciencia…
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